La campana
que se encontraba encima de la puerta de aquella cafetería tintineo por todo el
lugar anunciando mi llegada. Me acerque a la mesa que estaba junto a la gran
ventana que daba a la calle, la luz que entraba por ella era muy intensa al
igual que el olor a café recién preparado. Me sorprendí al verte allí, no
esperaba que fuera capaz de esperarme dos horas. Permanecí con mi cara de total
despreocupación cuando me pare justo delante de ella, que fruncía el ceño
mientras jugaba a destrozar una servilleta con sus delicados deditos. La mesa
estaba llena de esos papeles blanquecinos, casi cubierta por completo y algunos
por el suelo. Suspire sonoramente.
-Siéntate.
–Me ordeno con un tono claramente hostil. No me gusto así que me incline sobre
la mesa, apoyando la palma en ella, y dejando mi rostro a pocos centímetros del
suyo pronuncie:
-No me
des órdenes, guapa. –Ella echo levemente la cabeza hacia la ventana y yo me
aparte sonriendo para luego sentarme justo delante de ella.
Permanecimos
en silencio. Ella veía como pasaba la gente a través de ese enorme cristal recién
limpiado. Yo jugueteaba con los papeles y mis gafas de sol que reposaban sobre
la mesa. De hito en hito se que ella me miraba de reojo, duraba solo unos
intentes pero lo notaba. Yo, por el contrario, clavaba mi mirada en ella,
observando con sumo cuidado cada movimiento. Su manía de llevarse la mano al
labio, de tocarse la nariz cuando esta incomodo. De mover la pierna de forma
irritante cuando esta nerviosa o enfadada. Si, la conocía demasiado bien, por
eso no dije nada más. La gota que colmo el vaso fueron mis últimas palabras. Le
tocaba a ella mover.
Al fin
giro la cabeza hacia mi, se inclino hacia delante hincando los codos sobre la
mesa, dejando de mover la pierna, ahora mas calmada pero tapándose la boca con
ambos dorsos de las manos entrelazadas que colgaban de sus muñecas. Me miró y yo
sabía que no estaba enfadada. Quería sonreír victorioso pero me contuve. Eche
mi cuerpo hacia atrás todo lo que me permitió en asiento. Habían pasado tan
solo unos segundos pero sus silencios duraban como si fueran horas.
Nunca entenderé
como alguien que se enfadaba con tanta facilidad también perdonara así de rápido,
sin explicaciones, sin excusas. Simplemente ya no estaba enfadada, después de
todo no había razón para pedir perdón. Por fin habló.
-Te
queda muy bien esa camiseta… -No esperaba algo tan… ¿banal? Pero luego recordé
que ella nunca pedía explicaciones. No le servían para nada y eso era, para mí,
una enorme ventaja y a la vez un inconveniente. Igual que no pedía excusas,
tampoco las daba.
-A ti
te queda muy bien ese ceño fruncido, la cara enrojecida… los ojos un poco llorosos
y el café que tiene aquí. –Estire la mano para rozar la comisura de su labio
con los dedos, limpiando los restos de la espera que aun tenia el rostro.
Lo mas
extraño fue que no se aparto, espero a que la tocara, como si hubiera esperado
toda una vida por un simple roce con mis dedos. Ahora si que sonreía triunfante
y ella sin quererlo también sonrió pero durante poco tiempo ya que ensalzar las
debilidades de una “señorita” nunca le gusto y mucho menos ahora.
Se puso
a la defensiva, por su puesto. Arrogante, justificando que ella siempre estaba
guapa. No podía parar de reírme de ella. Aunque era ridícula se volvía adorable
con cada palabra que pronunciaba, como si fuera ella lo que hubiera llegado
tarde. Defendiéndose de mí, constantemente. La discusión duro lo que ella
tardaba en tomarse otro café. Todo quedo olvidado.
Durante
las horas siguientes me quede dedique a impregnarme de ella. Para recordar cada
detalle que tiempo atrás había pasado desapercibido. Todas sus manías. Su
gesto. Sus repentinos cambios de parecer. Todo lo que pudiera grabar en mi
cabeza era bienvenido.
Cuando
la tarde caía y por la ventana todo se volvió naranja, ella miro el reloj de su
móvil, entorno los ojos y sonriendo se quiso despedir de mi. Pero yo no lo
deje. Aparte la mirada de ella por primera vez, haciendo caso a mi vaso ya frió.
Oía como recogía la mesa apresuradamente. Estiraba sus piernas entumecidas y
pagaba la cuenta muy orgullosa, ya no sabia que más hacer para quedarse más
tiempo... Levanté la cabeza casi al mismo tiempo que me levantaba apresuradamente.
El movimiento brusco te asusto y diste un salto que solo logro que me riera de
ti. Suspiraste y después de colocarte la pequeña mochila a la espalda cogiste
con gran esfuerzo la maleta que descasaba a tu lado.
-Adiós.
La voz
era tímida, vacilante y sin ganas pero una vez más mi orgullo me impidió responderte
adecuadamente, simplemente toque su cabeza, para molestarla, y me volví a
sentar junto a mi café frió mientras ella se ordenaba el pelo alborotado por mi
despedida. Pasaron los segundos y nadie decía nada. Solo ella clavaba su mirada
en mí, reclamándome algo que jamás le daría. Y sin poder esperar ni un segundo
mas, arrastro la maleta hasta la salida y con el mismo sonido que anuncio mi
entrada, ella sentencio su salida.
No me
arrepiento de no haberla dicho adiós. Nada de lo que paso después de que ella
se marchara le concernía ya. De lo único que me arrepiento quizás, es de no
haber sido sincero con ella antes de todo eso. Podría haber cambiado todo
aquello o no, no lo se. Pero ya no importa. De todos modos, si no me despedí
fue porque, cuando me perdone, volveríamos a vernos. No merecía la pena decir adiós.
Umma ; u ; consigues sacarme lagrimillas con todo lo que escribes, ME GUSTA DEMASIÉ
ResponderEliminarNo sé como puedes llorar con todas mis entradas EN SERIO. Algunas no son para llorar > <
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